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Anverso y reverso del alcohol

El planteamiento inicial provoca la sonrisa y la solidaridad con estos revolucionarios que creen encontrar en Baco la tabla de náufrago para su insatisfacción existencial. Uno de los profesores de Otra ronda les propone a sus desconcertados alumnos que descubran la identidad de tres legendarios dipsómanos, de gente que pasó su trascendente existencia soplando alcohol. No la adivinan. Son Churchill, Hemingway y el héroe de la guerra civil estadounidense Ulises Grant. Pero los chavales tampoco intuyen quién fue un político militantemente abstemio y lleno de amor hacia los animales y los niños. Era Hitler. Esta comparación entre borrachos y sobrios que han pasado a la Historia puede ser tendenciosa y facilona. En cualquier caso, los protagonistas de esta compleja y excelente película siguen el consejo, aunque lo desconozcan, que alguna vez ofreció Baudelaire a sus semejantes: “Emborrachaos de vino, de poesía o de virtud, pero emborrachaos”. Son profesores de instituto y también antiguos e íntimos amigos. Su cotidianeidad es grisácea. Hace tiempo que dejaron de soñar, les abandonó la alegría, solo existe la inercia, el aburrimiento y la resignación ante su trabajo y sus relaciones familiares y sociales, la certidumbre de sentirse solos. Después de una cena etílica y muy divertida se propondrán ingerir sin prisas y sin pausas, diariamente, la suficiente cantidad de priva en su organismo, con la intención de recobrar la vitalidad, el deseo, la comunicación con las personas que aman y con el alumnado. Quieren desterrar el aislamiento interior, ser creativos, constatar el gozo de vivir. Y el alcohol programado les ofrece ese punto, todo parece funcionar, nada les resulta artificioso o vacío. Pero después de los fugaces días de vino y rosas, llegará el caos, el desmadre, los temibles resacones, el mono, la alarmante pérdida del control anímico, el consecuente reproche de su entorno, el vértigo diario, el abandono sentimental, el terror. Otra ronda la coescribe y dirige Thomas Vinterberg, fundador del Dogma, creador de un cine tan original como inquietante, autor de películas que te remueven, que te hacen sentir y pensar, como la agridulce Celebración y el terrible alegato sobre el linchamiento moral de un hombre inocente en La caza. En su última entrega, el planteamiento inicial provoca la sonrisa y la solidaridad del espectador con estos revolucionarios que creen encontrar en Baco la tabla de náufrago para su insatisfacción existencial. Pero nuestra risa se va congelando cuando asistimos a la factura que deben pagar por su transgresión. En la explosiva secuencia final, después de momentos fúnebres y del fracaso de su experimento, volvemos a recobrar el vitalismo.